Miro nuevamente las marcas en mi mano intentado descubrir el destino secreto que me guarda, tratando de no temblar con cada nuevo indicio descubierto, un sudor frió recorre mi espalda y hace que ajuste los dientes hasta hacerlos rechinar.
El aire es denso en este cuarto, el olor a flores marchitadas en agua, velas a medio consumir, la imagen del señor de los temblores en un rincón mirando con pena la escena, se siente pegajoso el piso, padres nuestros y ave marías como susurros, comienzo a temblar tanto que parece que mis huesos los llevo sueltos y mi corazón es un tambor que se ha detenido ahora que la carta se precipita sobre la mesa dejando atrás una mano nudosa.
-El colgado -dice la vieja-naciste para sacrificarte, aunque nadie te lo pida.
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